ORAR POR LOS CRISTIANOS PERSEGUIDOS
11 de mayo de 2015
A los párrocos y rectores de iglesias
y a los titulares de oratorios y
templos abiertos al culto
Queridos hermanos y hermanas:
En las semanas pasadas Europa ha conmemorado el centenario del genocidio armenio, que eliminó a un millón y medio de cristianos por el mero hecho de serlo. En el siglo XX ha habido otros exterminios. En la tercera década del siglo innumerables cristianos sufrieron persecución y martirio en Méjico en la llamada revolución cristera. También entre nosotros en los años treinta numerosos católicos, sacerdotes, religiosos y laicos, entregaron la vida antes que renegar de su fe, muchos de los cuales han sido declarados mártires oficialmente por la Iglesia. Después de la Segunda Guerra Mundial ocurrió otro tanto en la Europa del Este, en China y en Vietnam y en otros muchos lugares de la tierra.
En nuestros días esa persecución sangrienta continúa en lugares muy distintos y con una insólita crueldad. En Irak, Siria, Egipto, Libia, Nigeria, Kenia, Pakistán y en muchos países de África, los cristianos son decapitados, quemados o enterrados vivos por el islamismo radical. Como recientemente ha dicho el papa Francisco, mueren invocando el santo nombre de Jesús. Otros son expulsados de sus casas y de sus pueblos y malviven en campos de refugiados en Líbano o en Jordania. La única condición para no perder sus pertenencias es que se conviertan al Islam. Semana tras semana vamos recibiendo noticias de nuevas masacres y de conculcaciones palmarias de los derechos humanos ante la indiferencia de la prensa occidental y de la casi inoperancia de las organizaciones internacionales, incluidas la ONU y la Unión Europea.
En un trabajo excelente titulado La indiferencia occidental, el catedrático de la Universidad Hispalense, Francisco Contreras, nos refiere el martirio del adolescente paquistaní de quince años Nauman Masih, quemado vivo el 10 de abril por una turba musulmana. Su único delito era ser cristiano. Tras cinco días de agonía, murió perdonando a sus agresores. Menciona también al cristiano iraquí Salem Matti Kourk, que prefirió el año pasado ser torturado hasta la muerte por los yihadistas antes que renegar de Cristo. Habría que mencionar también a Asia Bibi, condenada a muerte, a quien se le ofreció recuperar la libertad si se convertía al Islam. Respondió que prefería morir como cristiana. De estos hechos crueles de los que son víctimas las minorías cristianas apenas se hacen eco ni los periódicos ni las radios ni los telediarios.
El profesor Contreras nos refiere que la matanza de ciento cincuenta cristianos en la universidad de Garissa (Kenia) apareció sólo en el minuto 21 del telediario del Jueves Santo. Las decapitaciones del Estado Islámico, que al principio podían suscitar curiosidad morbosa, empiezan a resultar aburridas. La atención dedicada a otros acontecimientos de menor entidad supera con mucho a la concedida a cualquiera de las reiteradas masacres de cristianos. La muerte del perro Excalibur, la mascota de la enfermera española afectada por el ébola, generó una movilización popular muy superior a la que ha sido capaz de provocar el exterminio de los cristianos árabes y africanos.
Las causas de cuanto acabo de mencionar son múltiples. Todas pueden ser englobadas en lo que podríamos denominar la cristianofobia, el odio contra los cristianos, craso en el islamismo radical y más suave en algunas formas de progresismo cristófobo occidental, que sin declararlo abiertamente parece profesar el no confesado axioma que podríamos sintetizar en estas palabras: el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Por todo ello, respondiendo a las reiteradas peticiones del papa Francisco, de las que se hizo eco el cardenal Presidente de nuestra Conferencia Episcopal en la inauguración de la última Asamblea Plenaria, los obispos acordamos que además de mostrar nuestra solidaridad con estos cristianos y la ayuda material que hemos enviado al Santo Padre para socorrerles, debemos orar intensamente por ellos comohacía la Iglesia Apostólica cuando Pedro fue encarcelado (Hch 12,5). En este sentido acordamos que se dedique al menos el tiempo que transcurre desde la Ascensión delSeñor hasta Pentecostés, cuando los fieles se preparan para celebrar la venida del Espíritu Santo, a unaoración intensa por esta intención. Las disposiciones concretas son las siguientes:
1. En la Santa Misa, añádase esta petición u otra semejante en la oración universal: «Por nuestroshermanos cristianos perseguidos: para que el Espíritu Santo les conceda el don de la fortaleza yconvierta los corazones de quienes atentan cruelmente contra sus vidas y sus tierras, y en todaspartes se afirme la paz y sea respetada la libertad religiosa. Roguemos al Señor».
2. En las preces de Laudes y Vísperas añádase esta petición u otra semejante: «Envía, Señor ala Iglesia y a la humanidad tu Espíritu de Amor para que desaparezcan las disensiones y odios, y loscristianos puedan convivir en paz y armonía con todos los hombres».
3. Oportunamente, en uno de los días feriales, a juicio de -los párrocos y rectores de iglesias,convóquese a todos los fieles cristianos para una celebración eucarística en la. que se puede utilizar la Misa votiva «Por los cristianos perseguidos», que se encuentra en el Misal Romano («Misas por diversas necesidades», n°. 15), pudiendo usarse o bien las lecturas del día, o bien eligiendo de entre las que se proponen en el leccionario VI: «Lecturas para las Misas pordiversas necesidades y votivas», en el capítulo 12: «Por los cristianos perseguidos».
4. En los ejercicios piadosos del pueblo cristiano y, de manera especial, allí donde se mantenga la adoración prolongada o continua del Santísimo Sacramento, invítese a los fieles a orar por la mismaintención.
Por mi parte, me permito recomendar que allí donde se considere posible se invite a los fieles a dedicar un día de ayuno y penitencia por esa misma intención.
Agradecido por la atención que todos prestaréis a esta carta, aprovecho la ocasion para enviaros un abrazo fraterno y mi bendicion.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla