El cristiano no puede ser pesimista.
Estas palabras las dijo el Papa Francisco en el Santuario de Aparecida, el 24 -7-201.
Saber que contamos con la intercesión de La Santísima Virgen como Madre y modelo, nos ayuda mucho a vivir el Evangelio con alegría.
Una tarde volvía yo de mi trabajo, e iba pensando en una noticia que dejaba, “una vez más”, bastante mal parado al “género humano”.
En aquel momento, el autobús en el que iba se encontraba sobre un puente alto con una bonita panorámica de la ciudad, y se veía la catedral.
Al pensar que El Señor estaba allí, “encerrado” en el sagrario de la Catedral de Sevilla, le hablé con el corazón “desde aquellas alturas” a Él, que es el Todopoderoso, y le dije: ¿Pero, Señor, te compensamos de verdad?
(Me preguntaba si “nosotros – la humanidad, en general – le habíamos salido rana”).
Se podría decir que, sin llegar a caer en la desesperanza, aquella cuestión se parecía bastante a una “enmienda a la totalidad”, pues, con la confianza de una hija, llegué a interpelarle: ¿¿Te compensamos, Señor!!En seguida, vino a mi mente una idea clara, que no dejaba lugar a dudas; y que, al mismo tiempo, penetró en mi corazón de forma suave y amable, y me llenó de gozo.
Lo que entendí fue esto: “Sí: Está mi Madre”.
(Aquello, me fascinó).
Sabemos que Ella, como “Reina y Madre de Misericordia”, intercede por nosotros ante Dios, y así se lo pedimos al rezar la Salve:
“Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve; a ti llamamos los desterrados hijos de Eva.
A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos.
Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Oh,clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!”
El cristiano no puede ser pesimista.Del libro Aún no me conoces_Autora_AROCA, I.Mª
¡Cuánto me alegró caer en la cuenta de esa preciosa realidad! Descubrir lo que la Virgen María significa en la vida de todos los seres humanos, es algo grande. Gracias a su entrega incondicional a la Voluntad de Dios, y siempre al servicio de la Salvación llevada a cabo por su Hijo Jesús, la creación no se malogró, “no fue un error”. La verdadera humanidad está en La Virgen María. Por Ella, sí que compensa la Creación.
Ella es la respuesta plena al Amor Infinito de Dios; es la criatura más excelsa porque correspondió plenamente al Amor de Dios; y lo hizo, con un amor incomparable. Por eso, supo reconocer humildemente las maravillas que Dios hizo en Ella. “En María y por María, así, se ha transformado la situación de la humanidad y del mundo, que han vuelto a entrar de algún modo en el esplendor de la mañana de la creación” (S Juan Pablo II. Audiencia 17-12-1986).
Jesús, ya crucificado, habló en varios momentos antes de morir; concretamente siete veces (es lo que se conoce como “Las Siete palabras de Cristo en la Cruz”). Una de estas Palabras se la dirigió a su Madre y al discípulo más joven, al que tanto amaba, a Juan: “le dijo a su madre: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Después le dice al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19,26-27).
Desde ese momento, la Virgen María pasó a ser la madre de la Iglesia; pues Jesús no se la entregó sólo a Juan para que cuidara de Ella – y Ella de él -, sino que, en Juan, nos la entregó como Madre a todos los cristianos.
El Señor no nos abandona nunca, y además nos conforta dándonos a Su Madre, también como Madre nuestra. ¡Qué mejor protección que la de la Mujer fiel que confió en el Señor en todo momento, incluso en el monte Calvario, ante su Divino Hijo crucificado! Ella es “Consuelo de los afligidos y Auxilio de los cristianos”. Se comprende que sean innumerables los santos que han tomado a Santa María como modelo de fidelidad a Dios, y que han recurrido a ella como camino seguro para ser fieles a Jesucristo y cumplir la voluntad de Dios Padre. También ellos, sostenidos por La Virgen, han aprendido a amar, y han contribuido a que el Amor de Dios no se malograra.
San Bernardo nos aconseja: “No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si le ruegas; no te perderás, si en Ella piensas” (Homiliae super “Missus est” 2, 17).
Otra de las “Siete Palabras” de Jesús crucificado, fue la que dirigió a Dimas (el Buen ladrón): “Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: « ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: « ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 6,27-39-43).
Quizás convenga hacer una pequeña aclaración: El Paraíso que promete Jesús al “Buen ladrón”, es La Felicidad Eterna con la que El Señor retribuirá, a los que hayan promovido la felicidad y el bien en esta vida con obras de amor, de servicio y de alegría. “El pecado y la muerte han sido vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo”. (Papa Francisco. Homilía Misa en Nstra. Señora Aparecida. 24 -7-2013). Cuando los cristianos hablamos del cielo, del Paraíso eterno, no es que esperemos regresar al “Paraíso terrenal”, al estado original en el que fuimos creados. Aquel paraíso no era la Vida Eterna que nos espera.
San Josemaría solía decir que era señal de que una persona, o una institución de la Iglesia iban por buen camino, el que tuvieran devoción a la Virgen (cfr. Camino, 505. Rialp 1998).
“Ninguno como María ha conocido la profundidad el misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor. (…) Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir ninguno. (Papa Francisco. Bula Misericordiae vultus., 24)
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NOTA: Este artículo pertenece al libro ¿Aún no me conoces? (Jn 14,6-10), que está integrado en el Proyecto Interdisciplinar “El Mesías” de Isabel Mª Aroca. ** La foto se publica con autorización de su autor a I.Mª Aroca <imariaaroca@gmail.com>